Los test de inteligencia pretenden medir la capacidad intelectual de una persona. Tienen múltiples aplicaciones y continuamente le salen detractores y defensores. También sirven o han servido tanto a causas loables como a algunas éticamente cuestionables.

Por la capacidad que tienen para medir determinadas habilidades clave en un puesto de trabajo se utiliza en los procesos de selección. Su uso para el diagnóstico de la discapacidad o la secuelas que haya podido dejar un traumatismo está muy extendido. Son habituales en la orientación educativa. Aún así su fiabilidad está permanentemente cuestionada por considerarse insuficiente para medir la potencialidad de las capacidades de la mente. ¿Qué miden realmente los test de inteligencia?

Cociente intelectual e inteligencias

Según afirman los psicólogos y los investigadores de la mente humana en general no hay una definición única y precisa de nuestra capacidad cognitiva. El concepto mismo ha cambiado mucho y ya no se habla de inteligencia, sino de inteligencias, en plural. Inteligencia emocional, que supone la habilidad para gestionar las emociones; inteligencias múltiples, una corriente que defiende que no hay una única inteligencia sino que se encuentra dividida en nueve competencias, o la inteligencia artificial, que es la que se atribuye a las máquinas y su proceso de aprendizaje y que puede definirse de forma genérica como la forma de razonar, de seguir procesos lógicos.

El cociente intelectual (CI) es el resultado de una fórmula que pone en relación los datos obtenidos mediante un test de inteligencia de un individuo con la del resto de su grupo de edad. La media de lo conseguido por una población se considera 100. Los resultados superiores a 100 se consideran inteligencia por encima de la media, y los que están por debajo de 100, inferior a la media, con una variación de 15 puntos.

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El techo contra el que topan las mentes brillantes

Pero hay voces críticas sobre los resultados que se obtienen en estos test.

Un reciente estudio de la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja) concluye que los test de inteligencia subestiman a aquellos sujetos que tienen las mentes más brillantes. El propio diseño del test establece una consecuencia no deseada, una especie de techo que provoca que alguien con altas capacidades cognitivas se acomode en la máxima calificación y se ignore el potencial que puede tener.

La propuesta del responsable de esta investigación, Javier Tourón es aplicar a los alumnos españoles un test out of level que ayude a detectar el potencial de las mentes con mayor capacidad. Este investigador defiende que la organización de la escuela debería hacerse en función de las competencias, en vez de por edades, para  una optimización del talento, lo que se denomina el talent search.

La inteligencia, ¿genética o ambiental?

La influencia de factores genéticos o culturales y ambientales en la medición de la inteligencia es también motivo de controversia. El efecto Flynn describe el hecho de que cada  año que pasa aumenta el cociente intelectual de la población, es decir, los que fueron niños en los años ochenta obtuvieron peores resultados que los niños de ahora. La explicación según los expertos está en que actualmente se produce una mayor estimulación visual y la utilización de la tecnología propicia otra forma de resolución de problemas. Según este argumento, no existe una causa genética en este aumento sino cultural.

Los países que arrojan los mejores datos en los test de inteligencia estandarizados son Singapur, Corea del Sur y Japón, con una media de 108. La media de España está en 99, valor similar al obtenido en el resto de países europeos.