Ahí estaba él. Con su corbata, su camisa blanca, el maletín en el asiento de al lado. Sentado en el coche, con sueño y nulas ganas de salir, de empezar la jornada laboral. «Trabajo de mierda», decía. Al final no le quedaba más remedio que salir del coche, ponerse la chaqueta, coger el maletín y avanzar hacia el ascensor que le llevara desde el garaje a su oficina. Otro día más.

Seguro que tú has experimentado esa sensación. Seguramente no vistas traje de chaqueta y corbata, o no vayas al trabajo en coche y tengas plaza de garaje. Pero la sensación es común. Puede que la tengas en el andén del metro o del tren, somnoliento al volante atrapado en un atasco o sencillamente caminando por la calle hasta la oficina. Cada día lo mismo, una y otra vez. Las mismas caras, la misma rutina, las mismas miradas al reloj esperando a que llegue la hora de marcharte. Y la misma angustia cada domingo al pensar en que mañana, de nuevo, te toca volver al trabajo.

¿Cómo luchar contra eso? Tres pasos para llevar a cabo en el coche, metro, autobús o tren. Así, en plan moñas. Pero seguro que te funcionan.

Paso uno, pensar que tienes trabajo. Seguramente temas perderlo, quizá estés teniendo que trabajar más porque han reducido personal y se está asumiendo la misma cantidad de trabajo. Pero tienes trabajo. Hay más de cinco millones de personas ahí fuera que querrían estar donde tú. Pensarás que cobras poco, que es aburrido, incluso puede que tengas que soportar mal ambiente o a un jefe que cobra el doble que tú sin tener más méritos. Pero tienes trabajo. Cobres lo que cobres, cotices lo que cotices, tienes algo.

Paso dos, pensar en qué tipo de trabajo tienes. Lo más posible, dado el esquema laboral de nuestro país, es que trabajes en una oficina o despacho. Eso implica que trabajas resguardado, bajo techo, sin las inclemencias de trabajar a pleno sol o bajo la lluvia más allá de que la calefacción y el aire acondicionado funcionen como deben. Seguramente también trabajes sentado, delante de un ordenador. Es poco probable que estés en la mina picando piedra bajo tierra, o con basuras y deshechos, o te estés jugando la vida a miles de kilómetros de distancia de tu país.

Paso tres, pensar en tus condiciones laborales. Si no eres autónomo trabajas con un horario regulado, con derecho a baja por enfermedad, te pagan cuando toca, con inspecciones y controles para garantizar las condiciones en las que trabajas y con un derecho que te defiende. Puede, incluso, que tengas comité de empresa a quien recurrir. No trabajas de sol a sol, ni a destajo, ni en condiciones de semiesclavitud. Por tener, tienes un mes de vacaciones pagadas que en otros países no pasan de diez días al año.

¿Quiere todo esto decir que tienes que conformarte con lo que tienes? ¿Con los recortes, la rutina, las presiones excesivas, las broncas o los recortes? No, desde luego que no. La vida laboral es, en muchas ocasiones, aburrida, estresante, ingrata e injusta. Pero es vida laboral, lo cual es un lujo hoy en día, y con unas condiciones la mayoría de veces de las que no nos damos cuenta. Siempre hay que buscar mejorar, siempre se podría estar mejor. Cualquiera preferiría hacer otra cosa en lugar de ir a trabajar después de madrugar. Pero hoy poder hacerlo es un privilegio.

Son tiempos lo suficientemente complicados como para amargarnos por todo. Porque, como ya escribió Calderón de la Barca hace un porrón de años, siempre va a haber gente peor que nosotros aunque nos creamos los más desgraciados del mundo.

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

 

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