La jornada laboral ha experimentado este año con los límites de sus costuras más de lo que podemos recordar. Así lo ha exigido el tener que adaptarse a las circunstancias en tiempo récord. Jornadas reducidas por ERTE, teletrabajo, cambios de horarios, turnos. Ha habido que recurrir a su customización urgentemente para bandear la pandemia. Pero la cuestión es que la jornada laboral se venía flexibilizando cada vez más. Y el debate sobre la reducción de los días que se trabajan a la semana encuentra campo abonado siempre que se plantea.

En este contexto, hace unas semanas volvió a surgir gracias a una propuesta del grupo parlamentario Mas País sobre la necesidad de instaurar una jornada de treinta y dos horas de la que se hicieron eco en el gobierno para que en un futuro cercano pueda formar parte de la reflexión en la mesa de negociación con patronal y sindicatos. ¿Qué argumentos a favor y en contra se barajan?

Por una semana laboral más verde

Uno de los principales argumentos a favor de la reducción a cuatro días de la semana laboral es la medioambiental. Un menor número de traslados a los puestos de trabajo supondría un menor impacto de la contaminación en las ciudades. Reducir la semana laboral un 20% (un día) supondría un 4,2% menos en las emisiones de dióxido de carbono.

Otra de las razones que argumentan los favorables es la posibilidad de mejorar la calidad de los cuidados. Desde plataformas como 4suma.org, plantean que ampliar el tiempo de descanso a tres días y compatibilizarlo con los horarios escolares facilitaría la conciliación. Esta iniciativa ha lanzado una campaña en la que participan tanto empresas como trabajadores para impulsar este cambio.

También aparece como ventaja que la semana de cuatro días pueda implicar una mejor distribución del trabajo ahora que se ha visto notablemente dañado por la crisis del covid. Este argumento no falta en aquellos momentos en los que se produce una crisis sobre el empleo y se valora la opción de su reparto.

Semana laboral más sostenible

La productividad Vs. presencialismo

Hay bastante consenso en señalar la productividad como la piedra angular en la que se asienta este debate.

Una modernización de los procesos elevaría la productividad lo que estimularía la reducción del tiempo de trabajo. Para ello, es necesario el impulso mediante incentivos a las empresas para que optimicen sus protocolos, según algunos expertos.

El número de horas trabajadas no es sinónimo de una mayor productividad como sistemáticamente recuerda la ejemplar productividad alemana. Según los últimos datos facilitados por Eurostat (2019) la productividad media de un empleado tipo en Alemania fue de 59,57 miles de euros por persona frente a 31,85 mil euros que produjo un trabajador en España. Sin embargo, el número de horas trabajadas es de 1371 horas por persona al año en el país germánico frente a las 1676 de quienes trabajan en España. El presencialismo , estar de más en la oficina, es todavía uno de los problemas de nuestro mercado de trabajo.

Desde otra perspectiva, la de la felicidad en las empresas, también se contribuiría a mejorar la productividad. La satisfacción de los empleados se vería incrementada al contar con más tiempo disponible para dedicarlo a los cuidados y al ocio.  Y ser más felices, como cualquier empresa sabe, hace más productivos a los empleados.

Los inconvenientes de la jornada laboral de cuatro horas

Sin embargo, son varias las dificultades que plantean esta reducción.  La posibilidad de disminuir el número de jornadas semanales sin que los costes para las empresas se incrementen es más viable en sectores tecnológicos que en los dedicados a los servicios. El tejido productivo español está muy apoyado en la hostelería y turismo lo que provocaría mayores dificultades de implantación y un acceso desigual a la semana laboral corta.

En el sentido de los peros, hay quién alerta sobre el peligro de que una reducción del número de jornadas manteniendo los salarios, incrementaría la contratación parcial porque saldría más rentable para las empresas. La semana corta incrementaría los costes laborales y algunas empresas optarían por hacer contratos a tiempo parcial y por menos tiempo. Al menos, hasta que consiguiera similares niveles de productividad que con cinco días semanales.

En cualquier caso, dedicar menos tiempo a trabajar es el sueño de la humanidad. Las experiencias para acortar este tiempo se producen en todo el mundo con resultados desiguales. Son paradigmáticos los casos de la semana laboral de 35 horas en Francia, Nueva Zelanda o experiencias puntuales en Suecia donde los sobrecostes han desanimado su implantación, al menos,  momentáneamente.