Una de las características de la sociedad actual es la inmediatez. Las nuevas tecnologías permiten acceder a una gran cantidad de información de manera prácticamente automática. Esto ha tenido consecuencias en muchos aspectos de nuestra vida. Entre ellos en el trabajo. Prácticamente ninguna profesión se salva de las exigencias de la rapidez. Pero hacer las cosas en menos tiempo no siempre es sinónimo de eficacia. El movimiento slow nos recuerda que los mejores resultados se obtienen cuando no hay prisas.
La rapidez en el trabajo: la caída de un mito
Vivimos en un mundo acelerado. Queremos las cosas ya. Desde la comida con los fast food a las noticias con las informaciones instantáneas, pasando sobre todo por las comunicaciones entre personas y empresas y consumidores. En los call center lo saben bien. Se exige que las llamadas de los clientes sean resueltas en un tiempo medio menor a seis minutos. Pero la correcta atención al cliente requiere tiempo.
Al mismo tiempo se exige que los resultados sean perfectos. Estamos en la sociedad de la excelencia, en la que cualquier tarea, cualquier trabajo, debe desarrollarse sin fallos.
Pero toda esta precipitación tiene sus consecuencias. No se pueden alcanzar buenos resultados siendo siempre rápido. El procesamiento de información, pensar, y la toma de decisiones llevan tiempo. Sobre todo si se quieren resultados excelentes. En el fondo los humanos somos slow.
Las consecuencias de esta presión por la velocidad y la excelencia son también de salud. Genera estrés, ansiedad, ambiente tóxico y todos los problemas asociados a ellos, como el burn out o la depresión.
Al final se cae en una espiral: la presión por hacer las cosas rápido provoca errores. Esto aumenta los niveles de estrés y ralentiza el trabajo, porque hay que resolver los problemas creados. A su vez, esta permanente presión impide ser eficiente.
El movimiento slow y su impacto en el trabajo
En el movimiento slow conocen bien esta espiral y sus consecuencias. Y actúan y persiguen otra forma de hacer las cosas. Una en la que detenerse a reflexionar para encontrar la mejor solución, o la más creativa, no sea un obstáculo en la productividad. En la que el acento se ponga en la calidad, no en la inmediatez.
Entre los cambios que proponen a nivel laboral está la jornada de menos horas. Dejar de «calentar la silla» y acabar con las horas extra y las jornadas de trabajo maratonianas. En algunos países se ha demostrado que aumenta la productividad. Porque los trabajadores están más descansados, son más creativos y más eficientes.
Inciden también en la importancia de los descansos en la jornada laboral. Olvidarse de etiquetar como vago a quien se toma sus descansos establecidos por ley o dejar de utilizar la pausa del almuerzo para la formación online de los trabajadores. Porque una mente saturada no rinde correctamente. Es necesario parar y descansar.
Esto incluye también las comunicaciones. Llamadas que deben ser atendidas en el momento, mails que deben contestarse apenas recibidos. El multitasking solo genera estrés y disminuye la productividad porque impide la concentración. Algunas empresas han comenzado ya a establecer días sin correo electrónico, y comienzan a admitir que sus trabajadores tienen derecho a la desconexión incluso en determinados periodos del horario laboral. Debe ponerse fin al presentismo digital.