La crisis está obligando a un enorme número de jóvenes a emigrar, con el problema social y educativo que eso representa. Pero a la vez eso supone una inmejorable oportunidad para el desarrollo de nuestro mercado laboral cuando las cosas mejoren. Hay que hacer de la necesidad virtud.

La situación de nuestra economía nos ha hecho retroceder varias casillas. No solo en lo económico en sí, haciendo que se tenga un nivel de vida que habíamos olvidado años atrás, sino también en nuestra fisonomía como país. Los últimos datos estadísticos publicados revelan que el éxodo de nuestros jóvenes a otros países se ha disparado en los últimos años, además de registrarse una ligera reversión en el tradicional éxodo urbano de las últimas décadas: hay gente que deja las ciudades para volver a los entornos rurales a rehacer su vida.

No hay que engañarse: volver a un pueblo semiabandonado a intentar reflotar el sector primario de este país no es sencillo, ni es algo para lo que cualquiera esté preparado. De hecho, en muchos pueblos el sector productivo tradicional murió al venderse los suelos fértiles para una fiebre inmobiliaria mucho más rentable, o cuando la economía de la comarca pasó a depender por entero de empresas que hoy han tenido que cerrar.

Es cierto que esta vuelta al pasado, a la del español de la posguerra que emigra huyendo de la pobreza, no es buena para nadie. Es cierto que un país desarrollado debería estar preparado para absorber la mano de obra con formación elevada que ha salido de las universidades (el perfil mayoritario entre los nuevos emigrantes). Es cierto que parece tirar el dinero el hecho de que un Estado haya invertido dinero y recursos en formar a gente que después va a ser productiva en otras economías y no en la nuestra.

Todo eso es cierto, pero quizá todo eso traiga algo positivo. Para empezar, que nos replanteemos nuestro sistema educativo de una vez por todas y pensemos si tiene sentido multiplicar el número de universidades para que no se pueda dar trabajo a gente cualificada. Que tengamos en cuenta que hace unos años ir a la universidad era casi un privilegio y, de pronto, se convirtió en algo casi obligatorio, que poco menos que quien no iba a la universidad no valía… ¿Y todo para esto?

También puede ser bueno para el país cuando pase un tiempo y volvamos a tener una economía capaz de atraer a esa gente que ahora se va para que traiga consigo su experiencia, habiéndose nutrido de una perspectiva internacional de la que siempre hemos adolecido en nuestro país.

¿Te cuesta imaginarlo? Te daré un ejemplo que quizá te suene. Hace no mucho tiempo, diez o quince años, ninguno de los jugadores de la selección de fútbol venían de equipos de fuera de España. De hecho, muy pocos jugadores españoles jugaban fuera de nuestras fronteras. Ahora sucede al revés: cada vez más jugadores de nuestra selección son fichados por equipos internacionales, fundamentalmente británicos. Y cuando vuelven dan lo mejor de sí.

¿Es lo ideal? No. A todos nos gustaría ver a los Silva, Mata, Torres o Reina en España, pero si lo piensas bien… llevamos dos Eurocopas y un Mundial en cuatro años. Quizá salir al extranjero, aunque sea obligados y no sea lo ideal, sea una buena forma de replantear nuestro futuro.