Antonio Molero, actor
Acaba de bajarse, como quien dice, del escenario del Matadero Madrid, donde ha estrenado la obra «19:30», dirigida por Adolfo Fernández y Ramón Ibarra y producida por K Producciones y Teatro Arriaga. Interpreta al personaje de Razquin, el jefe de prensa de un político al que se le va viendo el plumero según transcurre la obra, una fábula sobre el cinismo, la mentira y el desencanto que se oculta bajo la alfombra de la política y de la vida misma. Un espejo, igual que es un espejo, en este caso, retrovisor, a través del que semira Antonio Molero para descubrir cómo empezó en esto de las tablas y la interpretación.
¿Cómo encuentró su primer trabajo remunerado?
Habría que remontarse a hace 18 ó 20 años, a Telémaco, un grupo independiente de teatro de Alcalá de Henares, donde yo vivía por aquel entonces. Yo venía del teatro universitario, de una compañía de la Universidad de Alcalá de Henares. Allí empezó mi periplo profesional, si como profesional entiendes el trabajo remunerado.
¿En aquel momento está independizado o sigue viviendo con sus padres?
No, todavía dependía. Las primeras épocas eran más de perder dinero que de ganarlo. Es cierto que cobrábamos los primeros «bolillos», pero eran tiempos duros en los que había que hacerlo todo.
¿Y qué era hacerlo todo?
Pues lo mismo conducías la furgoneta, que construías la escenografía, que montabas luces y sonido, que recogías, cargabas el camión… Tanto trabajo no compensaba lo que ganabas, pero la verdad es que fue una época muy divertida.
¿Qué le dijeron sus padres cuando llevó el primer dinero a casa?
Bueno, yo soy huérfano de padre desde que era muy pequeño, así que mi referente siempre ha sido mi madre que, en aquella época, me pilló muy disperso, sin saber muy bien qué hacer con mi vida. Por un lado me estaba preparando para estudiar Educación Física, también me preparé el ingreso en la facultad de Bellas Artes… Por aquel entonces empezaron los primeros devaneos con el teatro y mi madre, curiosamente, me animó. Podía no haberlo hecho, pues yo no era un modelo de estudiante. Mi madre, muy intuitiva, debió de ver que era algo que me iba muy bien, pues las únicas horas que me pasaba encerrado en mi habitación era leyendo libretos de teatro.
¿Se dio algún capricho con aquel primer dinero?
Tampoco daba para muchos caprichos. Además, tuve que compaginarlo con otras cosas. Yo, como casi todos los actores, trabajé de camarero. Supongo que haría algo especial, como ir a cenar a sitios, algo que no había hecho nunca.
Los sufrimientos de aquella primera época, ¿qué dejaron en usted?
Pues dejaron el valor del trabajo en equipo, algo que me ha servido mucho para mi carrera profesional. En una compañía como aquella había que hacer de todo, desde clavar un clavo a recitar octosílabos de Lope, lo que te da una imagen muy panorámica de lo que es la profesión, lo que ayuda mucho a la hora de hacer una serie de televisión, una obra de teatro o una película.
¿Qué trabajo recuerda con más cariño?
Bueno, recuerdo una versión que hicimos en el teatro, un texto mezcla de Fermín Cabal y Jaime Noguerol, basado en«Caballito del Diablo», una obra de Fermín Cabal que habla del ambiente de drogas de los años 80. Con aquella obra estuvimos girando por festivales universitarios de toda España y hubo una compañía moscovita que nos contrató para llevar la obra al teatro Maiakovski de Moscú.
¿Y cómo fue aquello?
Bueno, verme como protagonista en Moscú siendo un imberbe y teniendo una muy buena acogida… Al probar las mieles del éxito, me di cuenta de que el mundo había perdido un profesor de Educación Física, pero había ganado un actor.
¿Hay algún actor, ya fallecido, con el que le gustaría haber trabajado?
Seguramente, con Manuel Alexandre. Fui a despedirme al Teatro Español y, sin haberme cruzado nunca con él, me emocioné. Sentía dentro de mí que este hombre tenía mucho que ver conmigo, un tipo discreto de largo recorrido, alguien que no daba escándalos y que se tomaba el oficio como un trabajo más.
¿Ha dado alguna vez clases de teatro?
Sí, alguna vez me han llamado de una escuela pequeñita, para cosas puntuales, pero, desde mi punto de vista, me resulta difícil dar recetas. Yo creo que, si el trabajo está bien hecho, lo mismo da la escuela de la que venga.
Supongo que su trabajo le ha supuesto muchas renuncias, ¿no?
Sí, porque absorbe mucho. Si no lo tomas como prioridad absoluta, vienen detrás y te pisan. Dedicación 100% y entrega total implica no dedicar tiempo a aficiones o personas queridas.