Jornadas interminables o de trabajo extremo, tareas sumamente rutinarias o situaciones de acoso suelen terminar provocando alguno de los llamados síndromes laborales. Las organizaciones del siglo XXI deberían haber superado estos patológicos esquemas. Sin embargo, la realidad nos indica que no sólo no desaparecen, sino que cada vez son más frecuentes. Veamos en qué consisten algunos de ellos y qué podemos hacer para superarlos.
Los síndromes laborales: síntomas de una empresa enferma
Cuando aparece en una empresa un caso así, toca preguntarse qué ha podido originarlo. En algunas ocasiones, las características personales de los empleados no encajan bien en determinados puestos o no toleran determinadas situaciones concretas. Sin embargo, muchas veces son los propios organigramas, los recursos con los que se cuenta o la cultura organizacional los que presentan serias deficiencias.
Algunos de los síndromes más comunes son:
- El síndrome de burnout: o síndrome del trabajador quemado. Desgraciadamente, es uno de los más habituales. Dadas las características de nuestros sistemas sociales y económicos, el estrés y la ansiedad acompañan ya a millones de trabajadores en todo el mundo.
- El síndrome de Estocolmo: se desarrolla a partir de una relación de dominación o cautiverio. Por ello, puede darse en entornos laborales donde se ejerza un estilo de dirección abusivo o no se respetan los derechos fundamentales. Ante esta situación, la persona dominada termina mostrándose benevolente con su opresor con el objetivo de defender su integridad o, en este caso, su puesto de trabajo.
- Síndrome de Ganímedes: muy habitual en empresas que fabrican en cadena o en entornos laborales que no cuidan el desarrollo integral del trabajador. A la empresa solo le interesa una única cualidad del empleado. Se le considera un elemento de producción. Este, a su vez, desarrolla actitudes pasivas y de total desmotivación que conducen a la rutina y provocan una disminución de la productividad.
- Síndrome del superviviente laboral: también habitual en los entornos económicos actuales, tan dados a situaciones de compra, absorción o fusión de empresas. Tras un reajuste de plantilla, el trabajador que mantiene su puesto comienza a experimentar estrés, ansiedad o sentimientos de culpa fruto de la situación creada o de la incertidumbre ante el futuro.
Lo que puedes hacer para combatir estos síntomas
Es muy probable que todos estos síntomas aparezcan por cuestiones que deciden las empresas. Mejorarlas notablemente implican a veces decisiones simples que se pueden plantear a la directiva sin mayores implicaciones. Sin embargo, otras decisiones son de mucho más calado y se requiere un cambio en la cultura de la empresa o en la forma de entender el valor de los recursos humanos.
Así pues, te proponemos dos vías en las que puedes trabajar si tu empresa no está dispuesta a implicarse demasiado:
- La falta de motivación es una de las principales causas de los cuatro síntomas que hemos expuesto. Revisa los motivos que te empujan a mantenerte en tu puesto. En muchas ocasiones la respuesta está en que te permite sustentar económicamente tu vida. Así pues, quizá la motivación no debes tratar de encontrarla en el trabajo que desempeñas, sino en lo que haces cuando no estás trabajando.
- Otra causa común a los cuatro síntomas es el miedo al cambio. Puede que sientas un gran estancamiento en tu carrera, pero al mismo tiempo no sabes cómo salir de esta situación. Para trabajar este camino tendrás que plantearte qué sucedería si cambiaras de puesto o de actitud. Has de analizar también qué opciones tienes, por disparatadas que te parezcan, y ver sus pros y sus contras. El estancamiento y el miedo al cambio muchas veces responden simplemente a una falta de análisis y de visualizar opciones. Solo hay que dedicar un tiempo a hacerlo.
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