Hay personas trabajadoras que son tremendamente perfeccionistas y eficientes. Parece que les cuesta menos trabajar. Si, además, tienen buena predisposición, la sobrecarga de trabajo está casi asegurada. Hablamos del riesgo que entraña poner en el ideal ser un buen trabajador o trabajadora y cómo se puede gestionar emocionalmente.
Personas que llegan a casa exhaustas después de un día de trabajo, que no pueden conciliar el sueño por todo lo que creen que han dejado pendiente, que no ven la hora de terminar porque no son capaces de decir no pueblan oficinas y hogares. Adoptan un nivel de autoexigencia que raya lo imposible. Piensan que pueden alcanzar la perfección gracias a su esfuerzo, olvidando que la perfección no es una meta, que no existe.
¿Padezco perfeccionismo disfuncional?
Querer ser mejor entra dentro de las aspiraciones de los seres humanos a lo largo de su vida. Hasta ahí todo bien. El problema aparece cuando la vara que mide lo bien que se puede hacer o lo rápido que se debe ir, no se pone en nosotros mismos si no en expectativas que están fuera de nosotros y nuestras capacidades.
Además, ser un buen trabajador, trabajadora está muy valorado a nivel social. Es una cualidad altamente gratificada por lo que la autoexigencia se ve reforzada. En sus lugares de trabajo las personas perfeccionistas se vuelven muy resolutivas, saben dónde está todo, cómo se hace cualquier cosa, son tremendamente voluntariosas. Como consecuencia, el grado de peticiones que se les hace puede ser abrumador. No se quejan, o lo hacen en su intimidad, pero a medio plazo las consecuencias aparecen en forma de ansiedad provocado por el estrés. Y no es cosa menor.
Los psicólogos explican que las personas perfeccionistas tienen un problema con el control porque les aterra perderlo. Quieren controlar todos los aspectos y circunstancias y que nada quede lejos de su dominio. En general, son personas que tienen muy baja tolerancia a la frustración porque les cuesta asumir la posibilidad de que las cosas no salgan como han planeado y encontrarse perdidos. Adoptan unos niveles de responsabilidad que, muchas veces, las personas de su entorno aprovechan. Pero también les cuesta mucho delegar tareas porque no confían en que los demás harán las cosas tan bien como ellos o ellas (según su criterio).
Otro de los problemas que acarrean, según los expertos es la rigidez mental. Tienen poca capacidad adaptativa lo que hace imprescindible que trabajen en la mejora de su gestión emocional para conseguir su propio bienestar.
Problemas que puede acarrear
La sobrecarga de tareas que se autoexigen o, que les llegan debido a que les cuesta decir que no, agravado por la tendencia a controlarlo todo hace que alcancen unos niveles de estrés muy elevados.
Ese estrés puede ser motivo de insomnio y la consecuente falta de descanso, dolencias en el sistema digestivo y provocar graves crisis de ansiedad.
Si no se pone coto a esta carrera hacia lo infinito que supone la perfección se puede caer en una fuerte depresión, como advierten los psicólogos.
Cómo (no) ser un buen trabajador, una buena trabajadora
Dar lo mejor de uno mismo es algo deseable, una aspiración legítima para cualquier cosa que se hace o que se emprende. Y ser un buen trabajador, una buena trabajadora pasa por ahí. No por ser superman. Se trata de dar lo mejor en ese momento y con las energías con las que se cuenta. Es fundamental hacer un ejercicio de autoconocimiento y de sinceridad y saber hasta donde se puede llegar.
Piensa en objetivos y metas realistas. Si son demasiado grandes trocéalos y ponles una fecha a cada tramo parcial. Y cuando los hayas conseguido disfruta de ese momento, celébralo contigo mismo. Planifica la jornada concretando mucho y poniendo tiempos de ejecución. Esto implica que tendrás que escribir cada tarea, hacerla visible para que te des cuenta de que no todas caben en la jornada. Después evalúa si realmente te ha llevado ese tiempo o hay que ajustarlo para el día siguiente.
Aprender que los demás también trabajan bien
Delega. Da la oportunidad a otras personas de hacer las cosas a su manera. Quizás puedas aprender algo de cómo los demás afrontan las tareas. Y de paso, te relajas. Es importante trabajar la rigidez permitiéndose ser flexible. Como también lo es saber priorizar qué tareas deben abordarse urgentemente y qué otras pueden esperar.
Di no, aguanta ese impulso cuidándote, cuidando tu salud. Cuando decimos “di no” nos referimos a que ese debe ser el mensaje para ti. Hacia afuera cuida el tono y aprende a decirlo con asertividad. Si tú no controlas el flujo de peticiones que te llegan nadie lo hará asumiendo que ya tienes demasiado. Somos los únicos responsables de nuestro bienestar.
Una buena práctica es hacer listados de tareas que han de realizarse en un corto, medio y a largo plazo. De esta forma, la variable temporal regula un momento para cada fin.
Conocerse para poder cambiar
Algo fundamental que señalan los psicólogos es conocerse. Muchas veces las cosas se hacen sin saber por qué se actúa de determinada manera. Lo que se ha aprendido en casa y la presión que las expectativas de los demás ejercen sobre nosotros explican muchas de las cosas que hacemos. Darse cuenta y transformarlo está en nuestra mano.