Cualquier situación que suponga una demanda o que nos exija un cambio rápido es productora de estrés. Cuando pensamos en el estrés, lo asociamos a sensaciones límite y negativas que nos generan ansiedad y miedo. También sabemos que mantener en el tiempo este malestar puede acarrear problemas de salud más graves. Sin embargo, es importante conocer la cara positiva del estrés, pues es el que nos permite levantarnos cada mañana y afrontar el día. El estrés “malo” se llama distrés, mientras que el “bueno”, eustrés. ¿Los conocías?
El eustrés como fuente de motivación
Si no sobrepasamos el umbral, un poco de estrés es bueno para nuestro día a día. De hecho, mejora nuestra salud psicológica, pues nos invita a afrontar los problemas con energía y creatividad, lo cual mejora nuestra autoestima. Y es que necesitamos del eustrés para mantenernos motivados y afrontar la vida con alegría y entusiasmo. Por ejemplo, un ascenso en el trabajo puede ser una fuente de estímulo para mejorar, seguir aprendiendo y considerarlo como un reto.
El buen estrés está relacionado con el placer, la armonía y la capacidad de adaptación. El eustrés es el motor que nos mantiene alerta y preparados para resolver las situaciones que nos ofrece la vida. Sin embargo, se trata de una interpretación subjetiva: una misma situación puede causar buen estrés a una persona y mal estrés a otra. Una misma realidad puede ser vista como una oportunidad de aprendizaje o bien como un problema.
Las personas necesitamos aprender a prevenir y a controlar el estrés: cada persona tiene que encontrar su línea intermedia entre el eustrés y el distrés. El estrés bueno nos da la posibilidad de afrontar la vida con tranquilidad pero de una manera resolutiva, mientras que el distrés nos causa ansiedad y puede poner en riesgo nuestra salud.
El distrés, el gran problema de nuestra sociedad
Nuestra sociedad ha normalizado el distrés. Tanto, que el 70% de las enfermedades que padecemos están provocadas o agravadas por esta dolencia (por ejemplo, ciertos cánceres y enfermedades cardiovasculares). Cuando nuestro cerebro percibe un factor causante de estrés, pone al organismo en estado de alerta: tensión muscular, pulso rápido, palpitaciones. Nuestro cuerpo está preparado para enfrentar una amenaza… pasajera, pero no duradera.
Cuando el desempeño de nuestras actividades diarias nos sobrepasa (sobre todo las laborales), nuestro cuerpo se agota y acaba por presentar un cansancio que no se restaura con el sueño y que conlleva nerviosismo, tensión o ira. El resultado es que, hoy en día, personas menores de 40 años están tomando ansiolíticos. De hecho, se ha triplicado el consumo en los últimos años.
Este problema ha de ser atajado por las instituciones y las empresas, pues tienen que abordar cómo se siente el trabajador. Sin embargo, hemos asumido que el trabajo es una fuente de distrés hasta el punto de que está bien visto. Lo estamos normalizando, pero se debería aprender a abordar los conflictos en el trabajo y a delegar. Además, es muy importante saber valorar y cuidar nuestro estado psicólogico.