Por Alfredo Arahuetes

Decano del CC. Económicas y Empresariales de ICADE-Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. Conferenciante de Thinking Heads

El informe de abril del Fondo Monetario Internacional sobre las perspectivas de la economía mundial mostraba que cuando las recesiones se sincronizan a escala internacional o son el resultado de crisis financieras suelen ser largas y profundas y su proceso de recuperación lento y débil. La recesión actual, al combinar ambos elementos, puede tener una duración cercana a dos años.

La crisis financiera que eclosionó en Estados Unidos en agosto de 2007 arrastró a su economía a la recesión en diciembre de ese mismo año. Se llegó a pensar entonces que la economía internacional podía seguir creciendo, aunque a tasas menores, sin necesidad de la economía americana. Era la tesis del desenganche («decoupling»). Pero el ansiado desenganche no tuvo lugar. Al contrario, se produjo un reenganche negativo («recoupling») por el que los efectos de la crisis y el contagio recesivo de la economía americana se trasladaron a los países industrializados y a gran parte de los países emergentes, sobre todo después del septiembre negro de 2008, con los episodios de Fanny Mae, Freddy Mac, Lehman Brothers, Mutual Washington y AIG.

Los enormes desafíos de esa situación, la compleja naturaleza de la contracción económica trufada por la crisis de los sistemas financieros de Estados Unidos y los principales países europeos llevaron a los gobiernos a la búsqueda de soluciones que combinasen estímulos fiscales de sus economías y la adopción de medidas monetarias heterodoxas de bajos tipos de interés y capaces de proporcionar liquidez en abundancia a las instituciones financieras. En la actualidad, la amenaza de la depresión ha quedado conjurada y la economía de Estados Unidos muestra señales de que el deterioro de las principales variables está tocando fondo. Si las tendencias se mantienen, existe una elevada probabilidad de que a finales de año la economía americana ponga «fin técnico» a la recesión, como ha afirmado Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Así, a principios de 2010 la economía americana estaría empezando la recuperación y a ésta le seguiría el resto de las economías.

Sin embargo, la recuperación no será «normal» mientras no se despeje la incertidumbre financiera tanto en Estados Unidos como en Europa y se restablezca el normal funcionamiento del crédito. Existen señales claras, como la considerable disminución de los índices de volatilidad financiera y de riesgo, que apuntan hacia una menor incertidumbre. También Bernanke, en su comparecencia ante el Congreso de EE.UU. el pasado 3 de junio, dio a entender que la crisis financiera está en vías de solución, y centró toda su preocupación en el fuerte crecimiento de la deuda pública (ya que se puede superar el 70% del PIB en 2011) y en la necesidad de establecer un compromiso con la sostenibilidad fiscal a largo plazo como condición necesaria para la estabilidad financiera y el crecimiento. Pero la recuperación en el resto del mundo será lenta, suave y con dificultad para absorber el desempleo causado por la crisis. Será difícil que, como sucedió en el periodo 2000-07, Estados Unidos vuelva a absorber el 75% del ahorro mundial para que sus familias se endeuden en siete billones de dólares para consumir y contratar préstamos hipotecarios. Queda por saber si los países europeos despejarán pronto sus incertidumbres financieras y si China y los países con superávit externo mantendrán el estimulo de sus economías y, así, contribuirán al reequilibrio de la economía mundial.

  

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