Las cosas tienen dos dimensiones. Una es lo que son en teoría, para lo que se pensaron. Otra es lo que son en el uso práctico y cotidiano. Pasa con todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo pasa con el vino, que se pensó para beberse y llega a servir para cocinar, para quitar manchas de la ropa o para limpiar cosas si es muy avinagrado. Lo mismo pasa con los becarios: existen con una razón de ser, aunque la situación actual les ha avinagrado un poco la realidad.

El becario es, por definición, alguien que se está formando profesionalmente. La empresa que le contrata paga poco o nada por él porque en su incorporación hay un intercambio: él recibe una formación en su campo de trabajo y la empresa a cambio tiene una persona produciendo. La clave de ese contrato entre ambos es que se dé tanto como se reciba: una persona que necesita mucha formación y apenas produce tendrá una remuneración más ajustada (o ninguna), mientras que una persona que ya se maneja con soltura produce más y, por tanto, además de la formación debería recibir una compensación económica por su trabajo.

El problema viene cuando se descompensa la balanza. Cuando la figura del becario deja de percibirse como alguien en formación y se convierte en otra cosa. ¿Y qué puede ser un becario hoy en día?

En primer lugar, para muchos, es la única vía de conseguir un trabajo. No por formarse o especializarse, sino por entrar en una empresa. La estrategia es estar dentro, intentar gustar y acabar contratado. La ventaja, la implicación y el esfuerzo están garantizados; la desventaja, que los empresarios, conscientes de la estrategia, tienden a aprovechar esa necesidad para olvidar la formación y sobrecargar de trabajo ¿Debe una beca ser una forma de conseguir trabajo? No se creó para eso la figura del becario, tiene sus riesgos, pero no parece una mala estrategia.

En segundo lugar está a lo que en realidad ha degenerado la figura del becario: es una forma de conseguir mano de obra barata. Hay empresarios que en su planificación empresarial cuentan directamente con la contratación de becarios para cubrir los puestos menos sensibles o de mayor carga de trabajo rutinario. No sólo es ciertamente inmoral porque supone aprovecharse de la situación actual, sino que además deja en manos de personas sin formación responsabilidades directas que debería asumir alguien con mayor capacidad y, por supuesto, sueldo. Porque si al final algo sale mal el ser becario no eximirá de tener que asumir la responsabilidad para este tipo de empresarios.

En tercer lugar está la dramática consecuencia de la crisis: no es ya que los jóvenes se acojan a una beca como forma de entrar en una empresa o que los empresarios les usen como mano de obra barata: con el segundo paro juvenil más alto de la eurozona (solo por detrás de Grecia), las becas se han convertido en la única forma posible de conseguir ingresos para muchas personas. El problema, ya dejando de lado que no hay formación alguna que entre en este planteamiento, es múltiple: la remuneración es escasa, no se cotiza ni tributa en la gran mayoría de casos, no suele haber derecho a paro cuando la beca termina… Y esto hace que las becas dejen de ser herramientas para jóvenes: no pocas personas de más de treinta años llevan tiempo empalmando becas sin haber conocido todavía un contrato.

¿Cuál es el problema que plantea este cambio generalizado? Realmente no es uno, sino que son muchos y en varios sentidos. El más perjudicado, claro, es el becario: se le exige que produzca como un profesional formado cobrando menos que él, tiene que aceptar condiciones draconianas chantajeado con un hipotético contrato, carece de las coberturas y garantías de éste y ni siquiera cotiza o paga impuestos en la forma en que lo haría con un contrato en vigor.

Pero, no nos engañemos, también pierde la empresa: cada vez que decide no renovar una beca o no convertir en contratado a un becario pierde dinero. Primero porque las condiciones de contratación de un becario son ventajosas, con algunos beneficios fiscales a tener en cuenta. Segundo porque ha invertido un tiempo y recursos humanos en dar formación a una persona que, al abandonar la empresa, se lleva lo aprendido consigo. Tercero porque aunque no renovar no cueste dinero -como sí cuesta, todavía, despedir- está cerrándose puertas a una renovación generacional y de ideas que, con el tiempo, puede pasar factura.

Por todo esto y muchas más cosas, anímate empresario y #apadrinaunbecario

Nota: En Infoempleo, promotora de este blog que ahora mismo lees, buscan becarios. Prometen que los quieren para enseñarles, no para explotarles. Si te interesa buscan a un diseñador y a un community manager. Digo yo que si publican entradas como esta cumplirán, ¿no?